por Javier Bleda
Hace poco el presidente de
México, Enrique Peña Nieto, manifestaba que el gobierno federal no va a apoyar
la construcción de viviendas de una sola habitación porque con ellas no se
ofrecen las mínimas condiciones de vida digna a los mexicanos. Estoy de acuerdo
con el Presidente, incluso hoy se ofrecen mejores condiciones a los animales en
las granjas, no se pueden plantear viviendas pretendiendo meter a toda la
familia en una sola habitación y después cantar a los cuatro vientos lo mucho
que se está haciendo por resolver el problema habitacional para la población
más desfavorecida.
Recuerdo que en 2004, cuando se
estaba preparando la guerra en Costa de Marfil, llevé a un arquitecto belga recién
llegado al país a comer a casa de una familia que mantenía una estrecha relación
conmigo. La familia vivía en uno de los suburbios de Abidjan y estaba compuesta
por 9 miembros, la madre viuda, 7 hijos e hijas directos y una niña de 9 años
adoptada porque a sus padres los habían matado los rebeldes, igual que al padre
de la familia. La intención de la familia, a pesar de su extrema pobreza, era
agasajar a mi invitado recién llegado invitándole a comer a su casa, pero había
cierta información crucial que ambas partes ignoraban, de una, el arquitecto
era un hombre de sesenta y tantos años altamente sofisticado y exquisito, de
esos que no salen a la calle si se les ha terminado la colonia que usan
habitualmente, en este caso Davidoff. De otra parte, la familia vivía al
completo en una sola habitación de unos 10 metros cuadrados
(en el mejor de los casos), y compartían baño con otras tres familias. Por si
faltaba algo, para llegar a la vivienda era necesario pasar caminando por una
serie de calles angostas cuyo firme de tierra había sido labrado por la lluvia.
No hace falta ser muy inteligente
para imaginar la cara que puso el arquitecto al llegar a la habitación-vivienda
y ver a toda la familia reunida esperándonos para comer con una enorme sonrisa
en la boca (tengamos en cuenta que yo no le había advertido sobre las
dimensiones del hogar que ese día nos acogía). Evidentemente me preguntó que
cómo era posible que una familia tan grande pudiera vivir allí hacinada, e
incluso consultó con la cabeza de familia cómo hacía para ordenarlos a todos
sobre el suelo a la hora de dormir. La respuesta, como no podía ser de otra
manera, era que Dios les daba fuerzas cada día para sobrellevar la situación,
pero que estaba segura que a Dios también le agradaría que pudieran tener una
casa un poco más grande.
Por eso estoy de acuerdo con el
presidente mexicano, porque no es de recibo que no se tenga en cuenta que las
familias tienen (tenemos) necesidades muy parecidas en todas las partes del
mundo, aunque evidentemente con unos ciertos condicionantes culturales
diferenciadores a nivel local. Está claro que multiplicar los metros cuadrados
necesarios por el precio de costo de
construcción de cada uno de esos metros, nos lleva a veces a cifras
escandalosas cuando quienes las tienen que asumir son familias que pelean cada
día por mantenerse en pie, de ahí que cuanto más pequeña sea una casa menos
cueste construirla y más accesible sea. Pero, si es que vamos a mantener esta
ecuación constantemente, entonces hemos de buscar otro nombre para el resultado
de la misma, porque precisamente llamar “vivienda” a algo así es poco menos que
un despropósito. Vivienda es el lugar donde tienen lugar los actos más íntimos
de nuestra vida, donde las familias toman forma y se desarrollan convirtiéndose
en algo entrañable cuyo nexo nos acompañará el resto de nuestras vidas. Una vivienda
es algo más que cuatro paredes, es el templo donde la familia dejará la huella
de su paso por esta vida, el lugar donde siempre regresamos, la herencia de los
padres, por eso los que nos dedicamos a facilitar el acceso a ellas debemos
hacerlo con el mayor de los respetos consiguiendo (no solo intentando) que las
viviendas sean viviendas más allá de su nombre, sin que por ello deban dejar de
ser totalmente accesibles.
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