lunes, 14 de octubre de 2013

Construyamos viviendas económicas, aunque sean de pocos metros

 Por Javier Bleda

www.bleda.es

El Gobierno de un país africano, al igual que tantos otros de países en desarrollo, se ha embarcado en una dinámica un tanto complicada para resolver el problema de la vivienda social al pretender que sean 10.000 apartamentos, de entre 90 y 400 metros cuadrados, y a precio de oro en relación a las posibilidades reales de compra, los que solucionen el déficit de más de un millón de unidades que habría que realizar para empezar a hablar. Tanto es así que, desde diversos frentes, especialmente los relacionados con los entornos de población más desfavorecida, apelan a la cordura argumentando que si el precio elevado viene dado por los metros cuadrados, entonces que rebajen los metros, pero que lo importante es disponer de un techo propio donde meter como sea a la familia sin depender miserablemente del pago de un elevado alquiler mensual que deja tocados de muerte sus más que exiguos salarios.

Lamentablemente, las peticiones de los que verdaderamente necesitan las viviendas suelen caer en saco roto y los precios aumentan en lugar de disminuir, como si la realidad lacerante de la pobreza no fuera con los que han de tomar las decisiones que afectan a un sector tan significativo y estratégico como el del habitat. No importa qué país se toque, la vivienda social es una asignatura pendiente que parece no tener solución cuando, en realidad, no sería tan difícil abordarlo desde una perspectiva más natural, esto es, que el precio de lo que se construya esté al alcance efectivo de la población y que la forma de pago sea verdaderamente razonable. Pero esto, que hasta un colegial comprendería, topa de frente con la codicia empresarial y la negligencia político-administrativa, llevando a millones y millones de personas a la desesperación que representa el sentirse fuera del sistema mientras otros, no tan numerosos, disfrutan de unos estándares de habitabilidad que ni en sus mejores sueños podrían alcanzar los primeros.

No pretende ser éste un artículo reivindicativo de conceptos sociales clasistas, ni mucho menos, más bien lo que pretendo es argumentar unas ideas que confluyan con las bases mínimas de la cordura en lo que a conceptos constructivos se refiere. Actualmente los países en desarrollo son un El Dorado de la construcción para inversores y empresarios, con cientos de miles de viviendas por hacer a una clase media emergente, y también para una clase pudiente que se reproduce como las esporas y pide cada vez viviendas más grandes. Pero es que más del ochenta por ciento de la población, la considerada como menos favorecida, y en su mayoría no bancable, también necesita viviendas, y es precisamente ahí donde la ingeniería financiera debería coincidir con la ingeniería estructural, buscando que no sean solo los que pueden pagar por adelantado o acceder a créditos a los que se les pueda construir, sino también a esa masa ingente que gana sus dineros en el sector informal y que, por el momento, reclama más de quinientos millones de viviendas, según las estimaciones de sus gobiernos y de prestigiosos organismos internacionales.

Mis argumentos siempre son los mismos, me dicen algunos, y estoy de acuerdo con ello, como no podría ser de otra manera. Cuando hablo con quienes podrían invertir en que esto que cuento fuera una realidad, bien por sus posibles económicos o por su saber hacer, lo primero que me responden después de escucharme es “Si son pobres ¿quién paga?”, y es precisamente en ese momento en el que me doy cuenta que no han entendido nada. “¿Quién va a pagar?”, les respondo, “pues quien necesita la vivienda, es decir, el cliente, y para ello hace falta que el precio de la vivienda (de diseño y construcción muy simples y replicada hasta la saciedad) sea verdaderamente bajo y que la forma de pago que se les ofrezca no pase por bancos ni por entregas a cuenta con adelantos imposibles, sino con la generación de un flujo constante de capital circulante fruto de los pagos mensuales de miles de clientes inscritos”. “¿Y qué se gana si la casa es tan barata y aún encima les das unos años para pagar?”, insisten ellos. “Se gana el diferencial entre precio de construcción y precio de venta, que aunque sea poco se convierte en algo importante cuando hablamos de volumen de construcción y economía de escala. Y también se gana incluyendo unos intereses moderados (en comparación a los habituales de usura en esos países), lo cual equilibra perfectamente el bajo precio de venta”, les aclaro.


¿Saben la conclusión de esta pequeña conversación? En la mayoría de los casos me dicen que es muy interesante pero que no interesa, en otros que es una utopía, y en otros ni me dicen. El porcentaje de inteligencia social financiera es inversamente proporcional al de miedos a lo desconocido, ignorancia de trabajos internacionales en lugares subdesarrollados y creencias infelices de que el oro nos lo van a poner encima de la mesa en lugar de tener que ir a buscarlo. Afortunadamente todavía quedan valientes visionarios, para ellos escribo confiando que entenderán el mensaje y, lo que es mejor, estarán dispuestos a ponerlo en marcha.