martes, 13 de agosto de 2013

Concepción y diseño de la vivienda social africana

Por Javier Bleda


Concebir una vivienda social africana no parece, a priori, algo que entrañe una especial dificultad, cualquier profesional que se precie está suficientemente preparado como para distribuir las estancias en base al número de habitaciones. Sin embargo, la realidad hace que las cosas no sean tan simples, aunque para muchos técnicos dependientes de organismos públicos africanos relacionados con la vivienda no parezca que la cosa revista mayor problema a tenor del poco empeño que ponen en ello.

Para empezar, la cultura local, diferente en cada país, debería representar una línea de actuación prioritaria en el momento de la concepción de la distribución de espacios internos. Y esa distribución interna debería hacerse partiendo de la base de que las familias africanas usan también sobremanera los espacios externos, teniéndolos en muchos casos como lugar de reunión familiar siempre que las condiciones climáticas lo permitan, o a veces porque dichas condiciones climáticas son insoportables dentro de las viviendas. Todo esto, por supuesto, ya nos hace comprender que la preferencia del cliente africano siempre va a ser la vivienda individual de planta baja, que le permita expansionarse en el futuro si lo necesita.

Hablar del clima y sus condicionantes en la construcción en África no es un asunto menor, ya que se trata de un continente inmenso en el que se puede encontrar desde el desierto más duro, con unos cambios diarios de temperatura extremos, hasta la selva más frondosa, donde la humedad relativa del aire y las constantes lluvias hacen a veces que vivir tenga una íntima relación con sobrevivir. En muchos lugares los espacios abiertos, como terrazas o porchados son fundamentales, y en otros lo que cuenta es que la buena construcción proteja bien del agua que cae con fuerza y sin control pero, en todo caso, la ventilación interna de la casa  siempre viene a ser el pilar central de la concepción de la misma sea cual sea el clima, porque el que accede a una vivienda social no suele tener muchas posibilidades de comprar y mantener climatización artificial, más bien dependen, como ellos mismos dicen, del “aire de Dios”.


Normalmente, debido a que las familias africanas suelen ser numerosas, hemos de hablar de viviendas de tres habitaciones, donde la mayor de ellas sea la dedicada a los padres, y que tenga al menos entre 14 y 16 metros cuadrados, aunque las otras dos puedan tener entre 10 y 12. El salón es una parte fundamental porque en él se van a desarrollar tanto la vida diaria de la familia, siendo la presencia del padre el momento en que adquiere más notoriedad, como la celebración de aquellos actos más importantes y la recepción de visitas. Tratándose de vivienda social se podría plantear un salón de entre 15 y 25 metros cuadrados. El llamado espacio familiar también adquiere una importancia trascendental, ya que en él se va a vivir el auténtico día a día familiar, y éste puede llegar a medir igualmente tanto como el salón, aunque si se puede jugar con espacios cubiertos externos podría llegar a ser mayor. Los baños adquieren una especial importancia en el contexto africano, ya que si bien en Europa podemos ubicarlos en cualquier punto de la casa sin mayor problema, no es así en África, donde estos deben estar en un lugar suficientemente discreto. Se le suele dar mucha importancia al hecho de que la habitación principal de los padres, como así se le llama, tenga un cuarto de baño privado. Y para el baño público, el que va a usar el resto de la familia, se ha de tener en cuenta que suele ser mucho más útil separar la ducha del wc, haciendo dos compartimentos diferenciados. Incluso el lavabo puede estar en el exterior de ambos. Y en lo referente a la cocina no hay que olvidar el concepto de cocina africana, es decir, que una parte de la cocina pueda ser cubierta y cerrada con puerta, incluso con un pequeño espacio para despensa, también cerrada, pero sin olvidar que, siempre que el tiempo lo permita, se va a cocinar en el exterior, con lo que la colocación de un fregadero externo y un espacio para una especie de barbacoa de obra sería más que interesante. Además, la cocina no suele estar exactamente dentro de la casa, sino dentro del recinto.

Los africanos tienen un concepto un tanto, a mi juicio, equivocado de la seguridad, ya que consideran fundamental que se construya un muro perimetral que les proteja. Siempre he entendido que un muro de protección es un obstáculo perfectamente salvable para un ladrón, y que además, si éste llegase a entrar, es mucho más fácil obtener ayuda si la casa se encuentra en un entorno abierto que si lo está en uno cerrado, pero el caso es que, entre conceptos de seguridad, de guarda de los menores, de guarda incluso de animales y, por supuesto, de privacidad, el hecho del muro perimetral es una querencia natural, aunque por cuestiones meramente económicas algunas partes del muro, al menos de momento, puedan ser suplidas por algún tipo de alambrada.

Llegados a este punto podríamos preguntarnos si de lo que estamos hablando realmente es de vivienda social, porque tantas condiciones constructivas no parecen aplicables a familias de escasos recursos, y es aquí donde hemos de darnos a la reflexión y, especialmente, a la comprensión, ya que de otro modo podríamos perdernos igual que se han perdido durante decenios los encargados oficiales de solventar estos problemas. Para un africano, tener una casa en propiedad es algo que representa una parte muy importante de su concepto existencial, por eso cuando va a dar el paso de acceder a una de ellas se lo piensa muy bien y procura que dicha casa se adapte lo mejor posible a las condiciones de su familia y a lo que él siempre ha soñado. En la mayor parte de los casos esto no puede ser así, bien porque los programas oficiales de vivienda social, a los que resulta más que complicado acceder, ofrecen lo que ofrecen sin posibilidad de modificación, o bien porque las promociones privadas, que tal vez podrían adaptarse mejor a los gustos locales, siguen la norma oficialista de anunciar casas con estándares de otras culturas y precios igualmente inalcanzables. Ni tampoco todas las casas pueden ser como la explicada anteriormente, con tres habitaciones, salón, espacio familiar, cocina y dos baños; el bajo costo debe primar a veces y, lamentablemente, por encima de otras prioridades.


Queda pues por decidir si, a pesar de encontrarnos a miles de kilómetros de distancia, somos capaces de buscar soluciones conceptuales abordables para el diseño de la vivienda social africana que permitan combinar la identidad cultural con un precio verdaderamente accesible. Hemos de ser capaces de economizar obra construida jugando con lo que a la vez pueda hacer de muro de cerramiento de la parcela, de aprovechar espacios exteriores cubiertos con elementos livianos para dar mayor sensación de amplitud y facilidad de ocupación familiar diaria y, sobre todo y ante todo, hemos de ser capaces de pensar cómo ofrecer una vivienda tan digna como inteligentemente distribuida, por un precio que deje la puerta abierta a los millones y millones de clientes potenciales que hace tiempo perdieron la esperanza de encontrar alguien capaz de asimilar y ofrecerles un sueño al precio de una realidad.

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