domingo, 25 de agosto de 2013

El negocio está en querer hacerlo

Por Javier Bleda


Cada vez que intento explicar a empresarios, inversores, técnicos o cualquier otra persona que pueda estar interesada de partida en el entorno de la construcción mundial a bajo costo, que existe todo un mundo de posibilidades para construir este tipo de viviendas en países del hemisferio sur, la pregunta recurrente siempre es la misma, ¿dónde está el negocio?

Por supuesto, es perfectamente entendible que todo el mundo se cuestione dónde puede estar el negocio cuando llego a plantearles  modelos de viviendas con un precio de venta considerablemente inferior al precio de construcción (no de venta) de una habitación de 11 metros cuadrados en España. Pero es que es esa la realidad, en la mayoría de países de África, por ejemplo, se puede llegar a construir, vender, y además obtener beneficio, una vivienda de 70m2 por un precio inferior a lo que cuesta construir la mencionada habitación de 11m2 en España, y es aquí donde entra en juego la desconfianza, la incredulidad, el no puede ser y las excusas que nos van a seguir manteniendo en la ignorancia mientras millones de viviendas esperan su comercialización y construcción.

Estamos de acuerdo en que en Europa hay unas normas de construcción las cuales, a pesar de su aparente buena intención para ofrecer mejor calidad, lo que de momento han conseguido ha sido encarecer el precio por metro cuadrado a niveles cercanos a la ruina total, y a las pruebas me remito. Elevar el costo de construcción implica elevar el precio de venta de la vivienda, implica que los posibles clientes tengan que endeudarse para casi toda la vida, implica que el sistema se colapse cuando los que tienen que pagar no pueden afrontar las hipotecas basura que les ofrecieron, y ello sin entrar a valorar la carga negativa aplicable a la estafa manifiesta que supone haber estado cobrando por las viviendas varias veces lo que cuesta construirlas, o la usura de unos banqueros despiadados para los que la cláusula suelo tiene más valor que la fuerza de la gravedad que atrae a un individuo hacia ese mismo suelo, cuando ha decidido suicidarse al sentir que la impotencia le inunda.

No queda más remedio que buscar rutas alternativas para trabajar cuando la inutilidad de unos pocos bloquea el mercado de muchos, y esas rutas se encuentran en este momento en esas partes del mundo que siempre hemos considerado remotas, inseguras e inaccesibles. Pero lo que ocurre es que, llegados al punto de convencimiento de que hemos de irnos lejos para poder seguir viviendo cerca de lo que queremos, nos preguntamos qué vamos a hacer allí donde no hemos ido nunca, qué vamos a construir si las normas parecen las antinormas y, sobre todo, que seguridad tenemos de cobrar si en el hasta hace poco conocido como Primer Mundo ese aspecto se ha convertido en metáfora.

Llegados a este punto lo que ha lugar es a sacar el aventurero que todos llevamos dentro y plantearnos averiguar qué podemos ofrecer y qué nos puede ofrecer ese mundo que ahora vemos con el ojo de la desconfianza. Construir en lugares donde la normativa de construcción se relaja hasta límites insospechados no quiere decir que nos convirtamos en cómplices necesarios de un caos oficializado, sino que hemos de sacar lo mejor de nosotros mismos, de nuestros conocimientos, para ofrecer seguridad con precios todavía menores a los que solo venden humo y un futuro incierto para unas estructuras hogareñas más basadas en la existencia divina que en criterios técnicos. Y será ese sacar lo mejor de nosotros mismos lo que nos lleve también a confiar en millones de clientes que esperan que alguien les ofrezca lo que los suyos no le ofrecen, porque la estafa y la usura no es propiedad exclusiva del hombre blanco. Y cuando confiemos en ellos nos daremos cuenta que el problema no es cómo cobrarles, sino tener algo que cobrarles, esto es, que seamos capaces de realizar tantas viviendas como ellos necesitan.

Ese mundo, que vemos tan lejano como para llamarle “Tercero”, tiene hoy la capacidad de hacernos poder seguir viviendo en el “Primero” si somos capaces de comprender que allí se puede construir mejor de lo que se está construyendo y, además, hacerlo por mucho menos dinero de lo que gobiernos y empresas locales son capaces de ofrecer, ya que su relación precio-calidad es fácilmente convertible en inaccesibilidad-inseguridad.

Los aproximadamente ochocientos euros por metro cuadrado que se cobran en España por termino medio, allí se pueden convertir en cien euros por la misma medida espacial, es decir, por un cuadrado de un metro de lado el cual, sumado a otros, elevará una vivienda de 70m2 que aloje a toda una familia que ahora vive acosada por alquileres en alza tan imposibles de pagar como los inalcanzables préstamos que ofrecen los bancos locales, con intereses de hasta el 25 por ciento. Con 800 euros el metro podemos construir (no vender, insisto) una habitación de 11m2 en España por 8.800 euros, mientras que una vivienda social de 70m2 en Camerún, Senegal, Gabón, Sierra Leona, Costa de Marfil, en no importa qué país del África negra, de Asia y de América del Sur podemos venderla por 7.000 euros.


¿Dónde está el negocio me preguntan sin cesar? El negocio está en el volumen de construcción, en la economía de escala por la compra de materiales que supone la replicación del mismo modelo de vivienda y en la mano de obra, en ofrecer facilidades de pago a cambio de intereses anuales mesurados, en construir con el flujo constante de capital circulante generado por las aportaciones de la enorme cantidad de clientes que querrán una casa verdaderamente abordable, donde sus familias puedan dormir seguras. El negocio está en nuestra fuerza de voluntad, en nuestro sexto sentido, en saber que no hay dragones al final de los océanos. El negocio, en resumen, está en querer hacerlo.

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