Por Javier Bleda
En un reportaje sobre la
aerolínea irlandesa Ryan Air pude conocer el concepto que su presidente, Michael
O'Leary, tiene de lo que debe ser el verdadero low cost. Es conocido que esta
compañía es muy exigente con las medidas y peso del equipaje de cabina, con el
cobro de la facturación de maletas, el uso de aeropuertos secundarios, la
inexistencia de comida o bebida a bordo incluida en el billete y otras
molestias adicionales que habitualmente podemos leer en la prensa manifestadas
por los usuarios. Sin embargo, es la aerolínea de mayor crecimiento, tanto en
número de aviones como de pasajeros, y millones de personas que la usan cada
año prefieren enfrentarse a las molestias a cambio de un precio mucho más bajo
en el billete.
O'Leary manifestó en ese
reportaje que, si pudiera, quitaría los baños para dejar más espacio y ofrecer
algunas plazas para realizar el trayecto de pie pero a un precio todavía mucho
más económico “No tenga la menor duda de que esas serían las primeras plazas
que se agotarían” añadió. El reportero también le preguntó por algunos
incidentes significativos, como algunos aterrizajes de emergencia o dudas sobre
la supervisión técnica de los aviones, pero la respuesta fue tan evidente como
contundente: “Hacemos miles de vuelos cada día, más que ninguna otra aerolínea,
nuestro nivel de incidencias es el más bajo del mercado en comparación a las
operaciones desplegadas”. Y en cuanto a las escandalosas campañas
publicitarias, nada que objetar según O'Leary, están pensadas para captar la
atención del público, para eso sirve la publicidad.
Este concepto de transporte aéreo
de bajo coste es perfectamente aplicable al sector de la construcción social,
de ahí mi definición como Construcción
Ultra Social, porque se encuentra por debajo del umbral de lo social en un
intento continuo de abaratar costos de construcción para ofrecer precios inéditos
en el mercado inmobiliario. Si analizamos país por país el precio habitual de
la vivienda económica, y al tiempo conocemos la realidad social de cada país,
veremos que dicho precio está totalmente desfasado de la realidad, porque
resulta francamente imposible que la mayoría de la población pueda llegar a
pagarlo, igual que hasta no hace tanto muchas personas no se podían permitir el
lujo de viajar en avión. ¿Qué hacer? Sencillo, rebajar al límite los precios de
construcción, aunque para ello se tengan que eliminar ciertas comodidades o se
tenga que aminorar el aspecto estético.
A millones de personas lo que les
interesa es un techo donde poder guarecer a su familia que les ofrezca de paso
la dignidad de ser propietarios de su vivienda, que sea lo suficientemente
operativa y que carezca de detalles si con ello el precio se les hace
imposible. Y para conseguir esto hay que empezar dando un toque mágico de
ingeniería a los detalles estructurales, consiguiendo reducir gastos de
materiales sin quitar un ápice de seguridad, en todo caso aumentándola, lo que
no es difícil si tenemos en cuenta la negligencia punible, e insistente, en
este sentido. Desde un punto de vista arquitectural se trata de conseguir una
distribución inteligente adaptada a la cultura local, la cual podría llegar a
sorprender a muchos arquitectos por la cantidad de “peros” que existen en este ámbito.
Y, por supuesto, hay que tener muy en cuenta la eliminación de elementos que
aumentan la factura y cuyo aporte podríamos encajarlo tal vez en el campo
decorativo, algo que no viene al caso cuando de lo que hablamos es de pura
necesidad.
Los viajeros de las aerolíneas
low cost tal vez no queden especialmente contentos por el servicio ofrecido,
pero sí por el resultado, es decir, han ido a su destino por un precio que de
ninguna otra manera podrían haber obtenido en una aerolínea regular, ni tan
siquiera en un vuelo charter. Los clientes de viviendas Ultra Sociales tampoco
estarán muy contentos por el tipo de casa que tienen, ni son las más bonitas ni
las acabadas con más detalles, pero sí que se sentirán orgullosos de ser
propietarios y de haber tenido la posibilidad de disponer de un hogar cuyos
precios hasta ahora, en el mejor de los casos, estaban fuera del alcance de su
bolsillo y hasta de sus sueños. Seamos coherentes y apliquemos pues la filosofía
low cost a la construcción, una cosa es dar un buen precio dentro de la locura
estafadora en que se ha convertido la construcción a nivel global y otra, muy
diferente, dar el mejor precio posible reduciendo costos y rebajando los márgenes
comerciales justo hasta una línea donde no se les pueda tildar de usura.
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