Por Javier Bleda
En la inmensa mayoría de los
países de África, América y Asia la población de las capitales y otras grandes ciudades es cada vez mayor y aumenta a ritmo de vértigo. Esto no es nada nuevo,
en cualquier país del mundo, desde tiempo inmemorial, la tendencia ha sido
dejar el pueblo en busca de fortuna allí donde las grandes aglomeraciones
urbanas producen mayores oportunidades laborales.
El hecho de que las ciudades sean
cada vez más grandes no atrae solamente a inmigrantes internos, sino también a
empresas de todo tipo y condición, que ven en semejante aglomeración la
posibilidad de hacer negocio por pura ley de la estadística. Por supuesto, las
empresas de construcción y promoción inmobiliaria son las más interesadas en
que millones de personas acudan a las ciudades convirtiéndolas en grandes
ciudades, y si tienen la suficiente paciencia, los recién llegados un día también
se convertirán en clase media y con ello aspirantes a clientes de este tipo de
empresas urbanas. Pero la realidad constructiva de un país no es solamente su
capital o sus dos o tres grandes ciudades, hay mucho más por ver y muchísimo más
por hacer, y dentro de ese mucho se encuentra el entorno rural.
Más del ochenta por ciento de los
que emigran a otros países en busca de fortuna para intentar sacar a sus
familias de la miseria proceden de entornos rurales y todos ellos, sin excepción,
quieren construirse una gran casa en su pueblo natal y construir varias casas
iguales o menores para el resto de la familia, empezando por los padres, y además
todos disponen de terreno familiar para ello. La concepción de poseer una gran
casa después de haberse jugado la vida por llegar al “primer mundo” y, en la
mayoría de los casos, haber metido a la familia en préstamos o haber vendido
parte de las pertenencias para pagar el viaje, forma parte de un atavismo
cultural tribal para demostrar ante los ojos de la comunidad que no se ha
fallado, que después de jugársela, y de qué manera, se tiene derecho a marcar
el territorio con la esencia del triunfo. Y no hay mejor manera de hacerlo que
construyendo, porque el valor inmobiliario sigue siendo considerado de primer
nivel en casi todo el planeta.
Pero es que además, el detalle
importante de que las empresas de construcción y promoción inmobiliaria locales
se centren en los grandes núcleos de población, hace que la sola posibilidad de
construir viviendas en zonas rurales dependa del albañil del lugar, el cual no
siempre tiene ni los conocimientos técnicos ni la capacidad para absorber el volumen
de trabajo. Con el trabajo acumulado, el albañil se convierte en pilar
fundamental de la comunidad, alguien de quien depende el que una casa se
construya o no y, ciertamente, cuando uno ve de cerca las evoluciones
constructivas de algunos de estos elementos es cuando no tiene más remedio que
sonreír y recordar el viejo dicho de que “el tuerto es el rey en el país de los
ciegos”. No se trata de hacer de menos a los albañiles locales de estos
entornos rurales, que bastante hacen, sino de poner en cuestión su capacidad técnica
para construir con las mínimas garantías de seguridad para la familia que va a
habitar la casa con posterioridad.
El hecho de que las empresas del
país no tengan por costumbre atacar proyectos habitacionales en medios rurales,
excepción hecha cuando hay fondos públicos de por medio, viene dada, como ya se
ha comentado, porque las posibilidades de las grandes urbes son buenas y suele
haber trabajo constante. También por el hecho de que construir en el medio
rural implica ciertas dificultades, como consecución de materiales,
desplazamientos, acceso a los lugares de trabajo y todo un sin fin de pequeños
problemas que a veces se hacen grandes pero, con todo, el volumen de trabajo es
tan grande, tan brutal, que la compensación económica ayuda a sobrellevar las
dificultades que ya se saben y otras que puedan aparecer.
Sin duda la construcción en
entornos rurales puede convertirse en un gran negocio prácticamente sin
competencia, hay millones y millones de casas por hacer, pero no es un negocio
para mentes delicadas o para los que no estén dispuestos a correr riesgos;
tampoco lo es para aquellos que piensen que pueden ir de colonizadores o que la
población autóctona ata los perros con longanizas. Más bien todo lo contrario,
hay que ir dispuestos a ganar dinero y a permitir que otros lo ganen, porque la
mano de obra local será fundamental en cualquier proyecto; hay que ir sabiendo
que los tiempos que allí se manejan son diferentes a los tiempos europeos; hay
que ir sabiendo que la aventura formará parte fundamental de nuestras
evoluciones en la zona; hay que ir sabiendo que nos van a recibir con los
brazos abiertos porque significamos soluciones, pero sobre todo hay que ir
sabiendo, de una manera muy concienzuda, que nuestros proyectos servirán también
para ayudar a mejorar la comunidad y que el beneficio obtenido traspasa la línea
del simple negocio para convertirse en negocio solidario.
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