sábado, 13 de julio de 2013

La gran oportunidad de negocio para la construcción en entornos rurales

Por Javier Bleda


Albañil jefe Kebemer (Senegal)
En la inmensa mayoría de los países de África, América y Asia la población de las capitales y otras grandes ciudades es cada vez mayor y aumenta a ritmo de vértigo. Esto no es nada nuevo, en cualquier país del mundo, desde tiempo inmemorial, la tendencia ha sido dejar el pueblo en busca de fortuna allí donde las grandes aglomeraciones urbanas producen mayores oportunidades laborales.                                                                                       
El hecho de que las ciudades sean cada vez más grandes no atrae solamente a inmigrantes internos, sino también a empresas de todo tipo y condición, que ven en semejante aglomeración la posibilidad de hacer negocio por pura ley de la estadística. Por supuesto, las empresas de construcción y promoción inmobiliaria son las más interesadas en que millones de personas acudan a las ciudades convirtiéndolas en grandes ciudades, y si tienen la suficiente paciencia, los recién llegados un día también se convertirán en clase media y con ello aspirantes a clientes de este tipo de empresas urbanas. Pero la realidad constructiva de un país no es solamente su capital o sus dos o tres grandes ciudades, hay mucho más por ver y muchísimo más por hacer, y dentro de ese mucho se encuentra el entorno rural.

Más del ochenta por ciento de los que emigran a otros países en busca de fortuna para intentar sacar a sus familias de la miseria proceden de entornos rurales y todos ellos, sin excepción, quieren construirse una gran casa en su pueblo natal y construir varias casas iguales o menores para el resto de la familia, empezando por los padres, y además todos disponen de terreno familiar para ello. La concepción de poseer una gran casa después de haberse jugado la vida por llegar al “primer mundo” y, en la mayoría de los casos, haber metido a la familia en préstamos o haber vendido parte de las pertenencias para pagar el viaje, forma parte de un atavismo cultural tribal para demostrar ante los ojos de la comunidad que no se ha fallado, que después de jugársela, y de qué manera, se tiene derecho a marcar el territorio con la esencia del triunfo. Y no hay mejor manera de hacerlo que construyendo, porque el valor inmobiliario sigue siendo considerado de primer nivel en casi todo el planeta.

Pero es que además, el detalle importante de que las empresas de construcción y promoción inmobiliaria locales se centren en los grandes núcleos de población, hace que la sola posibilidad de construir viviendas en zonas rurales dependa del albañil del lugar, el cual no siempre tiene ni los conocimientos técnicos ni la capacidad para absorber el volumen de trabajo. Con el trabajo acumulado, el albañil se convierte en pilar fundamental de la comunidad, alguien de quien depende el que una casa se construya o no y, ciertamente, cuando uno ve de cerca las evoluciones constructivas de algunos de estos elementos es cuando no tiene más remedio que sonreír y recordar el viejo dicho de que “el tuerto es el rey en el país de los ciegos”. No se trata de hacer de menos a los albañiles locales de estos entornos rurales, que bastante hacen, sino de poner en cuestión su capacidad técnica para construir con las mínimas garantías de seguridad para la familia que va a habitar la casa con posterioridad.

El hecho de que las empresas del país no tengan por costumbre atacar proyectos habitacionales en medios rurales, excepción hecha cuando hay fondos públicos de por medio, viene dada, como ya se ha comentado, porque las posibilidades de las grandes urbes son buenas y suele haber trabajo constante. También por el hecho de que construir en el medio rural implica ciertas dificultades, como consecución de materiales, desplazamientos, acceso a los lugares de trabajo y todo un sin fin de pequeños problemas que a veces se hacen grandes pero, con todo, el volumen de trabajo es tan grande, tan brutal, que la compensación económica ayuda a sobrellevar las dificultades que ya se saben y otras que puedan aparecer.


Sin duda la construcción en entornos rurales puede convertirse en un gran negocio prácticamente sin competencia, hay millones y millones de casas por hacer, pero no es un negocio para mentes delicadas o para los que no estén dispuestos a correr riesgos; tampoco lo es para aquellos que piensen que pueden ir de colonizadores o que la población autóctona ata los perros con longanizas. Más bien todo lo contrario, hay que ir dispuestos a ganar dinero y a permitir que otros lo ganen, porque la mano de obra local será fundamental en cualquier proyecto; hay que ir sabiendo que los tiempos que allí se manejan son diferentes a los tiempos europeos; hay que ir sabiendo que la aventura formará parte fundamental de nuestras evoluciones en la zona; hay que ir sabiendo que nos van a recibir con los brazos abiertos porque significamos soluciones, pero sobre todo hay que ir sabiendo, de una manera muy concienzuda, que nuestros proyectos servirán también para ayudar a mejorar la comunidad y que el beneficio obtenido traspasa la línea del simple negocio para convertirse en negocio solidario.  

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