Por Javier Bleda
Según las noticias procedentes de
Nairobi al parecer en la actualidad la clase media emergente se disputa el
espacio con una clase alta decadente. Nairobi es, posiblemente, una de las
urbes africanas con más mansiones por kilómetro cuadrado, casas enormes con
jardines más enormes todavía que obligan a recorrer grandes distancias para
llegar cada día al centro de la ciudad. La emergente clase media, hasta el
momento, se conformaba con tener acceso a urbanizaciones cerradas de apartamentos
más o menos de lujo que compartían rutas, centros comerciales, colegios y
calidad de vida con los de la clase inmediatamente superior. Pero todo esto
está cambiando, la clase media quiere más y la clase alta no puede mantener un
ritmo tan frenético de gasto, con lo que la fusión de ambas está más que
asegurada en un tiempo razonablemente corto.
No vamos a descubrir ahora que el
progreso es el responsable de que clase media y alta puedan hablarse de tú en
determinados momentos. Los que han sabido hacérselo, o han tenido oportunidades
a las que otros no han podido acceder, tienen derecho ahora a dejarse ver y a
hacer saber de su triunfo a todo el mundo de la manera habitual, es decir,
mostrando que no importa el sacrificio si los demás piensan que nos va muy bien,
¡será por dinero!
Con esta fusión cuasi nuclear de
clases media y alta hay algunas cosas que cambian y otras que no cambian, que
permanecen como siempre. Las que cambian son aquellas que afectan al
crecimiento de nuevos grupos sociales con más capacidad de gasto, o al menos
con más necesidad de gastar y endeudarse, con lo que una parte de la sociedad
se ve beneficiada de este nuevo proceso despilfarrador que siempre llevan
emparejado las clases que creen que todo lo pueden. Pero las cosas que no
cambian no son tan emocionantes desde un punto de vista humano, porque son las
que se refieren a la clase baja, a la que ni era, ni es, ni será considerada
como candidata a ser tenida en cuenta más allá de los discursos electorales que
cada cierto número de años llegan cargados de promesas. Esa clase baja keniata,
que acude a la capital a buscar trabajo no para vivir, sino para sobrevivir,
tiene que recorrer cada día una distancia mucho mayor porque las clases
pudientes, las de antes y las de ahora, les quitan el espacio que antes eran
suburbios y ahora son zonas residenciales. Así, los pobres son desposeídos de
su derecho a acercarse a la capital y vivir a una distancia razonable de su
puesto de trabajo y los ricos ven como las urbanizaciones de la pujante clase
media expulsan a los pobres y se plantan muy cerca de los que hasta ahora eran
considerados élites.
Pero, con todo, el verdadero
problema no es ese, sino el que las políticas de construcción de viviendas
sociales parecen haberse esfumado, dejando a la clase baja sin posibilidades
reales de dotarse de una vivienda en la que cobijar a su familia y teniendo que
ir a caer en brazos de los alquileres, unos alquileres cuyos precios son cada
vez más prohibitivos. Y he aquí que se repite la eterna paradoja, los bancos no
conceden créditos a los miembros de la clase baja porque no tienen garantías
que indiquen que pueden pagar la mensualidad del préstamo. Sin embargo, los
alquileres que pagan a duras penas, duplican, y a veces triplican, la cuantía
de dicha mensualidad bancaria en caso de haberles concedido el crédito.
En Kenya hay estimaciones de
bancos internacionales de desarrollo y otras instituciones importantes sobre
las clases media y alta y su capacidad de crecimiento. Hay estudios de
importantes consultoras internacionales sobre la repercusión de todo esto en el
mercado de la vivienda y anuncian oportunidades de inversión que no hay que
dejar escapar. Pero nadie habla de los menos favorecidos, de esa clase baja que
parece no existir, y no me refiero a los más de cinco millones de personas que
hay en el norte del país viviendo al borde de la muerte, sino a la clase
trabajadora, a los que tienen negocios informales o pequeñas empresas y que
necesitan oportunidades reales de viviendas dignas a precios asequibles y con
formulas de pago realistas.
A día de hoy parece que seguimos
sin noticias de la clase baja en Kenya. ¿Y saben lo más gracioso de todo esto?
Que el mercado de la vivienda social en este país está en torno a los seis o
siete millones de unidades de vivienda, con lo que el margen de negocio es
brutal, muy por encima de lo que puedan representar unas cientos de miles de
personas adineradas, e independientemente de que el porcentaje de beneficio de las
viviendas de los llamados clase baja no sea muy alto. Multipliquen y saquen
conclusiones.
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